Cuando hablamos de espadas históricas, se nos viene a la memoria grandes gestas de personajes importantes que a lo largo de los siglos han dejado una seña de identidad no solo histórica, sino también cultural, religiosa, artística, política, militar, etc., gestas que hemos leído en los libros o hemos visto en las películas de cine y de televisión, o han sido representadas en obras de teatro.
Sabemos que la historia es una narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, ya sean públicos o privados, de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, de un pueblo o de una nación.
También sabemos que la espada no es sólo un arma blanca, larga, recta, aguda y cortante, con guarnición y empuñadura, sino que su significado y simbología va mucho más allá.
La espada representa no sólo poder, sino también valentía, honor, verdad, rectitud, equilibrio, coraje; también representa el medio con el que se restablece el orden material y espiritual, porque la espada tiene un carácter defensivo y ordenador. Dentro de nuestra tradición occidental es marco de referencia del ideal caballeresco: con la espada que tocaba los hombros, a los caballeros se les nombraba como tales.
En la época medieval era costumbre de darle nombre a las espadas: como la Excalibur, la Tizona, la Templaria, la Masónica, etc.