Los brazaletes protegían el antebrazo del combatiente, es decir, aquella parte del brazo que comienza con el codo y desemboca en la muñeca. El antebrazo transmite el giro a la mano mediante la articulación del codo. Los dos huesos del antebrazo están unidos a la mano, a través de la muñeca.
La rotura del antebrazo incapacitaba al guerrero para la lucha, de ahí la necesidad de protegerlo con los brazaletes, ya fueran de cuero, de metal, de hueso, marfil o cualquier otro material resistente.
Su uso fue tan normal que se generalizó como un complemento estético del traje medieval. Griegos, romanos, vikingos, persas, otomanos o templarios, han valorado al brazalete como muestra de prestigio, fuerza y defensa personal.
Desde la antigüedad hasta la actualidad, el brazalete se ha convertido en un complemento imprescindible del vestuario, teniendo en cuenta que los primeros ejemplares se encontraron en las cuevas de Denisova, Siberia, y datan de hace 40.000 años.
Su variedad, belleza y colorido es tan diverso como infinito, como podemos ver en estas imágenes.
Además, el brazalete, de acuerdo a su forma o material, también indicaba el estatus del que lo portaba y servía como emblema para que fuera visto por los demás. Sin olvidar nunca su principal cometido, que era le de protección del antebrazo.