Los cruzados fueron militares cristianos, principalmente de Europa Occidental que participaron en alguna de las cruzadas en la Edad Media. El nombre deriva de la costumbre de coser o pintar una cruz en sus ropas, en sus cascos, en sus estandartes, escudos, espadas y capas. El término “cruzado” empezó a usarse ampliamente desde el siglo XV, pues anteriormente se consideraba a éstos como peregrinos armados.
En 1095 se celebró el Concilio de Clermont, en el que el Papa Urbano II hizo un llamamiento a los cristianos para liberar a Jerusalén. En el canon 9 del mismo otorga plenas indulgencias de sus pecados: A quien emprenda el viaje a Jerusalén con la finalidad de liberar a la iglesia de Dios, siempre que lo haga por piedad y no por ganar honor o riquezas, este viaje se le contará como penitencia completa, siendo este el comienzo de la Primera Cruzada (1096 – 1099).
La marcha a Tierra Santa constituía una manera de superar las restricciones en las herencias, en un momento en el que la búsqueda de la paz en sus países de origen y una leyes de vasallaje más estrictas limitaban las oportunidades de algunos nobles. Las cruzadas difundieron el espíritu feudal y los preceptos cristianos (el caballero cruzado estaba al servicio de Cristo y de su Iglesia como vasallo).
El I Concilio de Letrán en 1123 da estatus legal a las cruzadas: le otorga indulgencias (perdón de los pecados), así como protección de sus familias y bienes, incurriendo en excomunión aquellos que les molestasen, así como para aquellos que abandonasen el voto de cruzado. Las cruzadas no sólo se emitieron para combatir en Tierra Santa, sino que también se emitieron contra los musulmanes en la Reconquista en España, o contra los cátaros en el sur de Francia.
A los cruzados se les llamaban los guerreros de Dios. Una gran parte del cine y la literatura ha contribuido a formar en nosotros la imagen de unos caballeros cruzados inspirados por los más altos principios, defensores de la justicia y de los más débiles.