En la época medieval las sociedades se encontraban muy estratificadas, por lo que, según al estrato social al que pertenecía cada individuo, así era sus ropa y su manera de vestir. La ropa era cosida por las mujeres de la familia. Los vestidos de las damas nobles solían ser más coloridos y brillantes con bordados dorados y encajes de lino y seda.
Entre las mujeres jóvenes se permitía un discreto escote, pero las piernas y los brazos siempre estaban tapados. Los colores más usados por las mujeres de la élite eran los lilas, negro y blanco (para el duelo), celestes, dorados, rojos, plata, verdes, amarillos y rosa y se usaban en tintes brillantes, ya que esto requería una cantidad de tintura mayor y por lo tanto demostraba un mayor poder adquisitivo.
Los tintes para colorear la ropa en la época medieval eran caros y sólo los nobles podían pagarlos. Los reyes y las reinas tendían a usar siempre colores brillantes como el rojo y el azul reales. Por lo general, las telas que usaba la realeza, como el terciopelo y la seda, se importaban y solo los reyes tenían permitido usar seda púrpura o dorada.
El manto, la túnica y la capa eran símbolo de estatus y no sólo para protegerse del frío. Las mujeres cubrían sus cabezas con cofias o tocados, sujetas con cintas que se ataban debajo de la barbilla.
Las telas aumentaron en suntuosidad cuando los cruzados introdujeron el algodón, la diáfana muselina (cuyo nombre se deriva de Mosul, en Irak), el damasquino (de Damasco) y la gasa (de Gaza, en Palestina). Estos materiales transformaron la indumentaria medieval y le dieron un aire exótico.
La vestimenta para la realeza y las mujeres nobles consistía en la acumulación de varias capas de prendas. Como ropa interior usaban calzones, calzas y camisas cubiertas con una enagua de seda o lino.
Por encima de la enagua usaban un vestido largo con una pequeña cola y estaba cubierto por una túnica lujosa. Dentro del castillo usaban un par de zapatos especiales y, para realizar excursiones al aire libre, tenían otro par de madera y cuero que usaban por encima de los zapatos para el castillo.
La realeza decoraba sus prendas con encajes bordados y joyas para que el atuendo luciera más lujoso, lo mismo que con pieles de animales como el armiño, el visón, el zorro, etc. El vestuario era una forma de comunicar, ya fuera el estatus social, el rango, el linaje o el estado civil. El tipo de tejido, el color y la cantidad de tela usada, así como las joyas y la temática de los bordados, eran signos que la nobleza sabía descifrar.
Se extiende también una moda por imitar a los nobles, por copiar sus gustos, maneras y costumbres. Se generalizan las compras y, de paso, se favorece a los comerciantes que, a su vez, se convierten en clientes pudientes, especialmente los sastres que adquieren una gran variedad de artículos. Las mujeres, salvo en las clases pobres, ya no hacen la ropa en casa, ni se recurre a los ropavejeros, vendedores de ropa usada. Ahora, quien puede, compra paños, lienzos y sedas.
Las relaciones exteriores entre los reinos traen un intercambio comercial y así comienzan a llegar sedas de Italia, paños flamencos, lienzos (para sábanas y lencería) de Holanda y enaguas de Alemania.
El estilo gótico comienza a inspirar a los modistos y se tiende a una silueta alargada, más estilizada. Las jóvenes llevaban la cofia sola y las mujeres más mayores se ponían encima una toca.
Habían telas caras, medias y baratas. Desde las lanas a las sargas. Según la clase social, se compra un tipo de prenda o complemento pero sobre todo varía la calidad de los tejidos.
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