La celebración del carnaval, tal como lo conocemos hoy en día, procede de la Edad Media. Realmente, el carnaval, al principio, no significaba más que el tiempo que precede a la cuaresma, establecida como tiempo eclesiástico en el siglo IV, por el Concilio de Nicea. La Cuaresma recuerda los 40 días que pasó Jesús ayunando en el desierto.
Ya en el siglo VII d.C. San Isidoro de Sevilla se quejaba que los fieles, en febrero, celebraban fiestas disfrazados por las calles, comiendo y bebiendo sin parar. Con el tiempo, ese carnaval se fue ampliando en días con las antiguas fiestas paganas del invierno, de paso de una estación a otra, aprovechando para acabar la comida acumulada en invierno.
Es un fenómeno extendido por toda Europa, o más bien por el antiguo imperio romano. En la España del siglo XIII, por ejemplo, esta fiesta era denominada entroydo o antruejo en Galicia, carnestolendas en Castilla o iñaute en el País Vasco.
En el siglo XIV, en el libro del buen amor, del arcipreste de Hita, hay una referencia a la célebre batalla entre Don Carnal y doña Cuaresma. Y será en el siglo XVI, por influencia italiana, cuando finalmente se homogeneice el nombre de carnaval.
El auge del carnaval comienza en el siglo XII. Ello es favorecido por el aumento de la población, sobre todo en las ciudades, y los estudiantes. Es la época de la implantación de las primeras universidades y los estudiantes se van a convertir en un elemento dinamizador, fundamental, en la celebración de los carnavales en muchas de estas ciudades universitarias como Bolonia, París o Salamanca.
También, desde el siglo XIV son comunes los desfiles de personajes disfrazados y con máscaras, cantando temas satíricos e irónicos. De la misma manera, es frecuente que se celebre con luchas. Para la nobleza es un tiempo en el que suele celebrar torneos y justas. En el ámbito de la villa son comunes los enfrentamientos, más o menos violentos, entre collaciones, vecinos o cofradías.
El motivo central del carnaval en la actualidad son los disfraces y las máscaras.